27 abril, 2024
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“Esta no soy yo”, la biografía de la escritora que reveló su épica a los 85 años

En “Esta no soy yo”, la periodista y editora Liliana Viola presenta una biografía fascinante sobre Aurora Venturini (1921-2015), la autora que a sus 85 años irrumpió en la escena literaria con la novela “Las primas” gracias a un premio que la consagró y permitió revelar un proyecto original y visceral que la propia Venturini alimentó con excentricidad y fabulación en las entrevistas que dio.

“No soporto el anonimato. Suplico que una mano piadosa aparte las piedras del derrumbe y en un hueco ponga o una flor o una palabra… algo”. Con esa cita que pertenece a la última novela de Venturini, “Los rieles”, Viola abre esta biografía “equívoca”. Es equívoca porque no se propone develar una verdad, no escarba contra la palabra de Venturini sino que busca descifrar el misterio donde habitan los silencios, allí donde habló a través de su literatura. Una biografía-novela: un retrato que complejiza el nombre de Venturini y su escritura, a partir de su relación con los animales, con La Plata, con el peronismo, sus lecturas, la psicología y personas que la conocieron.

En 2007, Liliana Viola conoció a Venturini cuando la llamó por teléfono para anunciarle, como miembro del jurado, que había ganado el premio Nueva Novela de Página/12. “Fue como sacudirse las ruinas, salir de la ruinas de Pompeya y Herculano”, recuerda Viola que resumió años después la ganadora. Venturini le pidió a la periodista que recibiera el dinero del premio, después que fuera su editora, más tarde que viajara por ella para recibir los reconocimientos, todas ofertas que su ahora biógrafa rechazó, aunque no pudo rechazar que la eligiera como su albacea, una decisión que Venturini tomó ya con papeles en mano.

Después de “Las primas” Venturini cosechó popularidad, reeditó libros (“Nosotros, los Caserta”, “El marido de mi madrastra”, entre otros) se hicieron obras de teatro, brindó muchísimas entrevistas y protagonizó el documental “Beatriz Portinari”. Salió a la escena pública como mujer excéntrica y solitaria de La Plata que hablaba de lo que quería y tironeaba las fronteras entre la ficción y la realidad: si le preguntaban por sus libros, ella respondía con su terror por lo enorme, su visita al infierno, su amistad con Evita, su convivencia con Violette Leduc o su infancia atroz con un padre espantoso. Pero, también, están en este libro las marcas de su literatura: un proyecto originalísimo con una voz despiadada y personajes monstruosos, minusválidos, víctimas de la tiranía familiar, irreverentes, geniales, desolados.

En esta “No soy yo” -publicada por Tusquets como corolario del relanzamiento de la obra-, la voz de la escritora empalma con la de sus libros; la de Viola hilvana los recortes de su vida, de su obra, de lo que dijo, de testimonios de otros, de los préstamos que tomó y eligió para identificarse (autores, tradiciones, lugares). ¿Será que por fin Aurora aparece como protagonista? “Creo que he construido una novela, donde tal vez he puesto un par de mentiras también ¿por qué no?, donde he disfrazado un poco la verdad. No se lo crean todo. Ella siempre sale ganando, al desnudo no va a estar nunca”, responde Viola a Télam, haciéndose cargo de las formas de su biografiada.

-Télam: Venturini te legó sus libros pero no te pidió una biografía ¿cómo fue que decidiste tomarte ese atrevimiento o esa “traición”, como decís?

-Liliana Viola: Creo que ella ha sido siempre equívoca y creo que realmente no quería una biografía, siempre se negó. Quien la haya entrevistado sabe que daba y quitaba al mismo tiempo, difícilmente te contestaba lo que le preguntabas y, en general, respondía siempre lo mismo, o ante la misma pregunta respuestas diferentes. Todo eso terminó haciéndole ese aura de difícil y de fabuladora.

Ella no quería una entrevista, una biografía, porque creía firmemente que el material de su vida era su materia prima en la narrativa y logró que las lectoras y, la familia de ella también, y también ella misma, considerara que su literatura era una suerte de prolongación de su vida.

Entonces, de ninguna manera iba a querer que alguien filmara un documental o escribiera un libro sobre ella pero a su vez había estado buscando la gloria durante 85 años y la gloria implica también que el mundo empiece a hablar de vos. Mientras ella estaba viva, le mandé una serie de preguntas sobre cómo era la casa de la infancia y ahí tuve también la primera seguridad de que ella no quería una biografía por el modo en que contestó, porque anuló toda posibilidad de conversación.

T: Ya habías trabajado el género con la biografía de Alberto Migré, ¿qué desafío te supuso la de Aurora, teniendo en cuenta que en ella no es posible escindirse de la pregunta en torno a lo real?

-L.V: El primer desafío es el que me da toda biografía: de pronto el personaje te persigue constantemente y eso es algo muy horrible, estar perseguida ya sea por Alberto Migré o por Aurora Venturini, han sido dos experiencias bastante monstruosas y quiero jurar que no voy a escribir ninguna biografía nunca más.

El tema de sus versiones, de su voluntaria confusión y entrelazamiento entre lo verdadero y lo no verdadero, fue uno de los grandes desafíos porque nunca quise que mi función fuera desmentirla. Esa es la primera decisión, no ir en busca de lo exacto. Parto de una serie de verdades, es decir, hay verdades: trabajó con Eva Perón, sufrió tremendamente en el 55, se fue del país, pudo haberse cruzado con Sartre y Simone de Beauvoir ¿estuvo 25 años en Francia? No.

Pero hizo muchas cosas más que no decía. Por ejemplo, de la dictadura del 76 no hablaba nada porque no tenía una épica para contar, sin embargo ahí descubrí que la voz de Aurora Venturini se silencia de un modo inédito. Es una escritora que escribe cada año una novela pero entre el 76 y en el 83 no escribe nada. Ella no tenía palabras para hablar de ese exilio en el que mueren hijas de amigas, ella misma está recluida en una quinta, casada con un hombre que se va desmembrando a causa de la diabetes. Es un momento oscurísimo y de esas cosas que son verdades, que también podrían ser muy constructoras de la imagen de escritora, ella decide el silencio. Así que mi trabajo fue buscar en esos silencios tanto como en sus versiones de la verdad.

-T: Haces una distinción sobre sus distintos registros: en la poesía era más amorosa con su infancia y familia mientras que en la narrativa hizo explotar todo eso ¿cómo identificaste esa diferencia?

-L.V: En la poesía lo que descubrí fueron los paratextos, las dedicatorias. Son poemas dedicados a la madre, al padre, a las hermanas, a la ciudad de La Plata y a una infancia perdida. Es una chica de la misma generación que María Elena Walsh y empieza a escribir en el mismo grupo de adolescente y escribe durante 10 años o 15 años más. Pero Aurora Venturini se convierte en sí misma en la narrativa.

Empieza a escribir poesía como adolescente pero también muy influida por el grupo de los poetas del bosque, ella necesita participar y pertenecer y va cumpliendo con ciertas reglas de métrica, todos sus poemas riman, muchos son sonetos. Está bastante metida en el estilo de una generación y de un grupo y, luego, parece realmente liberarse. Por otro lado, tardamos mucho en defenestrar a nuestra familia y es posible que una señorita de La Plata no se le ocurriera otra cosa que dedicar a su mamá y a su papá sus primeros poemas.

-T: Sobre la generación, te referís a otras escritoras y la relación con la mentira ¿hay una marca de época en ese sentido?

-L.V: He tratado de buscar razones para este estilo Venturini de no tener ningún miedo a faltar a la verdad, sobre todo en las entrevistas. Y una de de las justificaciones es la cuestión generacional porque he encontrado muchas escritoras fabuladoras. Recuerdo mirándolas por televisión, como a Beatriz Guido, y había sin duda algo de exageración, de apuntar al escándalo, de tener alguna anécdota. Y eso me parece que está relacionado con ser mujer en esa época y con una debilidad.

Estoy segura que recurrir a la mentira, a la exageración, a la hipérbole también es una defensa del débil que tiene que construir algo maravilloso por esa debilidad y Aurora tiene debilidades. Es una chica que dentro de La Plata no pertenece a la sociedad más respetada, dentro de los poetas no es la poeta más festejada, cuando hacen narrativa no le va bien, está sola dentro de su casa. Si lo miramos de afuera, con piedad y con estrategia, cómo no va a llenar su vida de fuegos artificiales cuando viene la primera entrevistadora, que a la sazón, fui yo después de que gana el premio, a sus 85 años.

Por otro lado, vivió en una época que no estábamos perseguidos por las redes sociales ni por las filmaciones, es decir, nadie la iba a contradecir. Estaba acostumbrada a una época en la que tampoco había con que chequear. Los errores que comete también en su literatura, porque no le importa nada poner bien el nombre de alguien, hoy salen a la luz en Wikipedia.

-T: ¿Qué fue lo que más te sorprendió de este retrato?

-L.V: Su relación con la psicología, ahí encuentra un canal para sus fantasías. La psicología de la década del 40, la que estudia en La Plata, era muy parecida a la magia. Ella tiene una confianza casi mística que con un test puede descubrir la verdad de una persona y además es lo que le da la gran entrada a la relación con Eva Perón y con el peronismo. El peronismo de la década del 40 está aplicando también toda esta metodología con el fin de una justicia social, de abrir los hogares, de descubrir niños desclasados y sacarlos de la pobreza y de la oscuridad, y los test son justamente la herramienta para descubrir a esos niños. Por lo tanto ella encuentra, tanto en la psicología y, luego en el peronismo, por fin, un lugar en el mundo.

Mucho después va a escribir una narrativa donde ese pensamiento de qué horror es la madre, qué horror es el Edipo o todos los horrores que pueden ocurrir en una familia tamizado desde la psicología. Para ella fue un momento de esplendor que duró muy poco porque va desde que se recibe como psicóloga hasta que entra a trabajar con Eva Perón y tiene la alta desgracia de que Eva Perón se muere.

Por: Milena Heinrich

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